viernes, 18 de marzo de 2011

Swingers o "Te Amo, pero te comparto" IV


na pregunta que es básica en quienes intentan acercarse al swinger es acerca de si cuando practican este estilo de vida el sexo en la pareja se verá afectado en su continuidad o ya no tendrán los mismos deseos al enfocar toda su energía al sexo con otras parejas o grupos. Es un tema interesante, porque cuando decimos que puede haber en una pareja luego de algunos años cierto agotamiento del interés sexual y que el intercambio es una opción para revivir ese estímulo perdido, no queremos decir que esa es la función o el leitmotiv de la práctica del swinger. Es que la gran mayoría de las parejas que están en nuestro ambiente se iniciaron estando muy bien en su sexualidad íntima e, incluso, fue el alza del deseo el que los llevó a buscar nuevos horizontes. La cama matrimonial es un lugar seguro, de una calidez especial donde juegan valores ausentes en el intercambio, valores afectivos y de compromiso, costumbres, y la fuerte intimidad que la convivencia genera. Estas cosas son irreemplazables y hacen del sexo íntimo de la pareja algo especial, único. Claro que también esos factores pueden afectar la sexualidad de la pareja; las tensiones de la vida cotidiana, la falta de tranquilidad cuando hay hijos y muchos otros aspectos más intervienen en la libre expresión de la sexualidad en pareja.
Es decir, el sexo matrimonial es complejo, mientras que el sexo swinger es simple, sólo genital: elegimos la pareja que nos gusta, conversamos lo suficiente para conocernos... y a la cama. Allí lo que se expresa es sexo y sólo esa sensación, sin otros compromisos ni asuntos pendientes, sin otras cargas ni otros valores.
Una cosa es segura: el sexo swinger no puede reemplazar al sexo en pareja porque, aunque este sea espaciado, cuando se da tiene otro origen. Y también es bueno aclarar que el sexo swinger, cuando da placer al practicarlo, se vuelve parte de la vida sexual de la pareja y es complejo desandar el camino recorrido. Podemos hablar de una interacción entre ambas variantes: el intercambio eleva el morbo junto a las fantasías de la pareja, y generan una
complicidad sexual que estimula genitalmente. Es por esta razón que muchas parejas ven incrementada su sexualidad de pareja después del primer intercambio.
¿Cuánto ocupa el sexo en nuestra vida?... Eso también tenemos que sopesarlo. En muchos casos de parejas ocupaba menos del 5 % de su tiempo libre, y con el swinger ese espacio creció al 30%; es decir, montaron una vida distinta, con salidas, encuentros, discos y hoteles o departamentos, todo para tener sexo. Sus salidas cambiaron de horizonte y las noches en la intimidad de la pareja también ampliaron el tiempo dedicado al sexo con esta apertura.
En todo este tema debemos tomar algo en cuenta como ley mayor: el swinger es oscilar. Es decir, pasamos fugazmente por la cama de los otros, no nos quedamos en ella ni buscamos más atención que la genital en ese momento concreto. Si esto se respeta -y la mayoría de los swingers lo hacemos-, no hay otras historias que lamentar. Cuando, por el contrario, nos aferramos a otra pareja o a un solo o sola en el caso de los tríos, la cuestión comienza a tener sus riesgos.
Somos ¨osciladores¨, vamos del placer hacia lo nuevo. Sólo tenemos un puerto fijo en nuestro constante navegar: nuestra pareja.

“Te amo, te comparto”: esta es quizás la primera contradicción en el swinger. La idea del amor está asociada culturalmente a la posesión indisoluble del cuerpo del ser amado: sólo nosotros disfrutamos de él y sólo el ser amado disfruta de nuestro cuerpo; así es, por lo menos, en la consideración general. La pregunta es por qué, y la respuesta es muy larga y compleja. Pero lo cierto es que la posesión física del otro tiene que ver con aspectos reproductivos y no sexuales en su origen. Claro que si bien hoy el tema de la reproducción, su control y prevención, están ligados a la utilización de variados recursos de muy alta eficacia, la idea de la posesión física del ser amado no cambió en general. Es que dos mil años de cultura pesan.
Muchas veces dijimos que somos seres concebidos para la diversidad sexual, no para la monogamia sexual.
Los swingers en algún punto de nuestras vidas dejamos -de común acuerdo- liberada esa capacidad de ser sexualmente amplios y ya no necesitamos, para sentirnos seguros y amados, tener la exclusividad sexual. Entonces comenzamos a concebir el amor de forma más profunda, menos posesiva. Vemos a la pareja no como una unidad reproductiva sino como la unión de aspiraciones, proyectos y fantasías, y entendemos que acompañarnos es a la vez comprendernos y ayudar al otro a realizar aquellas cosas que lo hacen feliz o le aportan placer. No hay en la posesividad ni en los celos nada que nos asegure amor, más bien hay mucho de un individualismo no elaborado.
“Te amo, te comparto” es una contradicción, pero como toda contradicción respeta las generales de la evolución. Compartir no es entregar, dar un paso al costado ni perder nuestra posición dominante en el plano del amor, único sustento de la pareja. Compartir es más precisamente dejar hacer en comunidad para el placer mutuo. Esto parece muy filosófico, pero es esencial. También se ve como una contradicción aun más compleja el hecho de que los swingers gocemos viendo al otro gozar con un tercero. Allí lo que se expresa es el principio de la omnipotencia genital: si ella o él me ama, nadie le podrá dar placer sexual. Nada más inexacto. Quizás el amor nos asegure el lugar más cálido y requerido en la sexualidad del otro, pero no inhibe su capacidad natural para gozar.

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